lunes, 24 de febrero de 2014

Ejercicios Espirituales 2. La Encarnación I.


Domingo Lunes 1. Meditación  de la mañana. El Misterio de la Encarnación.

Adaptados de las meditaciones ofrecidas por el Obispo de Tortosa, D. Enrique Benavent, los días 16 al 21 de Febrero de 2014 en el Monasterio N.S. de los Ángeles de Jávea, durante los ejercicios espirituales organizados por la Archidiócesis de Valencia.

Reflexión del director.

Comenzamos pidiéndole al Señor la gracia para que nuestro corazón se configure con el de Jesucristo mediante la contemplación de los misterios de su vida. Éstos son claves para vivir el ministerio sacerdotal.

El Misterio de la Encarnación es el misterio de la presencia del Hijo de Dios en nosotros. En él está incluido todo lo que va a acontecer después y por tanto encierra toda la obra de salvación de Jesucristo.

Uno de los acontecimientos centrales es el nacimiento, al que debemos acercarnos siguiendo a san Ignacio de Loyola, es decir, desde dentro, situándonos como un personaje más de la escena, fijando la mirada en ese niño que todavía no actúa, no dice una palabra ni hace nada útil. Sin embargo allí, en Él el Hijo de Dios está entre nosotros, compartiendo nuestra vida. Este Niño es el gran regalo de Dios, pues “tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único” (Jn 3,16). De este modo al contemplar el pesebre se nos invita a valorar el misterio de la persona del Señor, descubriendo allí el fundamento de nuestra vida sacerdotal: Hemos conocido al Señor.

Este estar con Él lo descubrimos en Mc 3,13ss, cuando Jesús instituye a los Doce, llamando a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar. Lo primero fue estar con Él, llegar a conocerle, entrar con gracia en el misterio de su persona. Así el ministerio sacerdotal es principalmente conocer a Cristo, pero, ¿de verdad lo conocemos?

Conocerle no significa saber muchas cosas de Él. Así en Mc 6,1ss y su paralelo Mt 13,53-58 descubrimos como sus paisanos lo sabían todo de él, quienes eran sus parientes, cual era su oficio;  y sin embargo no lo conocían, no habían entrado en el misterio de su persona. A Felipe también le tiene que reprochar Jesús, después de tres años de caminar con Él, no le conozca (cf. Jn 14, 8-9). Lo mismo nos ocurre a nosotros. A veces podemos limitarnos a saber cosas de Cristo, pero sin entrar en amistad con Él.

Es la encarnación la que nos ayuda a experimentar quien es Él, pues ella es el comienzo del Reino de Dios, la primera semilla del Reino en este mundo, un comienzo que no es espectacular, porque aparentemente no sucede nada. El mundo parece que no ha cambiado y sin embargo todo ha cambiado, porque se ha abierto un horizonte de esperanza, ha transfigurado el horizonte de la vida de todos los hombres, aportando un rayo de luz.

Con ello nos muestra como Jesús no vive desde el criterio de eficacia, pues nació en una región apartada y a penas predicó el Reino durante unos pocos años, pero hizo lo más importante, lo sembró en nuestro mundo. Ésta es una gran enseñanza para nuestro ministerio sacerdotal, tan amenazado por el desaliento ante la falta de resultados. Nuestra tarea no es recoger frutos, sino sembrar el Reino de Dios, porque no estamos en tiempo de siega, sino de siembra. No se trata por tanto de preguntarnos ¿qué he logrado?, sino ¿cómo he sembrado el Reino de Dios?. Al final de la jornada se han acercado a nosotros todo tipo de personas y por eso debemos preguntarnos si hemos sembrado el Reino de Dios en su corazón o más bien hemos sido un obstáculo. No olvidemos: lo nuestro es sembrar.

Pero nos ocurre como a los apóstoles, somos impacientes. Queremos juzgar la validez de nuestro trabajo por la eficacia y cuando no hay frutos sucumbimos a la tentación del desencanto. La presencia de un sacerdote que hace de su vida signo del Reino de Dios en el mundo, con su palabra, vida, oración, existencia a veces callada y poco valorada, es la semilla del Reino de Dios en nuestro mundo. Ésta nunca es inútil, si la vivimos con sencillez, humildad y autenticidad.

La presencia del Hijo de Dios en Belén es la de un recién nacido, un ser donde todo es auténtico y limpio, sin intereses. Así Él nos invita a recordar el momento de nuestra vida en que le dijimos que queríamos seguirle, ese momento de auténtica limpieza y entrega generosa donde todo era claridad, verdad y sinceridad.

Pero también tenemos la experiencia de que en algún momento de la vida sacerdotal podemos dejar de ser niños, perdiendo la sencillez, la infancia y la inocencia, apareciendo los intereses, las aspiraciones. Ante esta experiencia debemos volver a vivir con autenticidad nuestro ministerio, libre de deseos y aspiraciones humanas. Con el mismo realismo de san Agustín, quien afirmó que no hay ningún pecado que haya cometido un hombre que nosotros no podamos cometer y con la claridad de san Ignacio de Loyola quien al inicio de los ejercicios espirituales invitaba a servir al Señor y nos advertía del peligro de convertir los medios en fin. Así pensamos “si me dan esa parroquia, ese cargo, serviré mejor al Señor”. Con ello perdemos la autenticidad en la vida sacerdotal, porque lo único que un sacerdote debe desear es entregarse al Señor. Los medios ya los indicará Él.

Por tanto aprovechemos este tiempo de oración para recuperar lo más original de nuestra vida sacerdotal , el origen de nuestra vocación.
Ejercicio.

Experiencia:

Busca un Niño Jesús, el de la Primera Comunión, por ejemplo, abrázalo, siéntelo, funde tus ojos de carne con los de cristal.

Reflexión:

Toma la biblia en tus manos y lee el nacimiento y presentación de Jesús (Lc 2,1-40). Pídele al Espíritu Santo que te ayude a entrar en la escena. Sitúate en ella, como un pastor que se acerca al pesebre, mira a Jesús, a María y a José, los pastores, los ángeles, siente el frío de la noche, el calor de la hoguera que ha encendido el bueno de José. Hay silencio, el mismo que en la habitación de un niño recién nacido, pero un silencio que llena e ilumina la escena.

Piensa en estas palabras y responde:

Como consiliario: ¿qué significa para mí haber conocido a Cristo?, ¿por qué me preocupo más, por saber cosas de Cristo mediante la lectura  o por conocerle dedicando tiempo a la oración?, ¿valoro mi presencia como consiliario en las reuniones, actividades, encuentros o campamentos, aunque no haga nada, pero siendo signo de la presencia sacerdotal en el centro junior?, ¿acepto con serenidad que frente a otros tiempos donde los consiliarios contaban con muchos niños y educadores, respondiendo masivamente a todas las celebraciones, ahora son años de sembrar, muchas veces calladamente, otras con palabras acompañadas de gran amor hacia ellos?, ¿cuáles son o han sido mis impaciencias, desencantos y desengaños como consiliario de mi centro?, ¿en algún momento he buscado en el centro junior ser “el que manda, tiene todo el poder y la última palabra” o el que sirve como Cristo?

Como educador:  el Misterio de la Encarnación es el misterio de la presencia de Dios en medio de nosotros, ¿soy consciente de lo que significa este acontecimiento? ¿en qué cambia mi percepción de la vida sabiendo que el Hijo de Dios está en nosotros?; no se trata sólo de saber sino de conocer, sin embargo muchas veces los educadores nos preocupamos más por saber mucho sobre dinámicas de grupo, juegos, oraciones, gestión de centros juniors y de campamentos,… dando poca importancia al estar con Jesucristo, en silencio, meditando un texto del Evangelio, así pues, ¿cuánto tiempo dedicáis en el Centro Junior a organizar y cuánto realmente a orar?; ser educador es sembrar a Cristo en los corazones de los niños, pero, ¿acojo la semilla y la siembro con mi forma de vivir auténticamente evangélica, mis gestos y palabras?; es tiempo de sembrar, no de cosechar, ¿cómo asumo las frustraciones humanas cuando después de un curso entregándome a los niños ellos no vienen al campamento o incluso si me ven por la calle apenas me saludan?; tenemos el peligro de ser educadores caprichosos o carreristas, ¿busco que me den el grupo que más gratificaciones afectivas me muestran o aquel que considera el equipo de educadores?, ¿aspiro a cargos en el centro y me frustro si no tengo un cargo en él?

Compromiso:

Vuelvo a tomar el Niño Jesús, mirándolo a Él, respiro profundamente y me propongo entregarme totalmente al Centro Junior sin esperar ninguna recompensa humana.

 Celebración:

Rezo el salmo 130.

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
2sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

3Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

 

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