Domingo 16.
Meditación introductoria.
Reflexión del
director.
Comenzamos
meditando el salmo 94 y pidiéndole al Señor nos ayude a vivir los ejercicios
entrando en su presencia. Así hemos dejado todos los asuntos para vivir más
intensamente algo que vivimos todos los momentos de nuestra vida: la presencia
de Dios.
Muchas veces
no vivimos en la conciencia de estar en la presencia de Dios y sin embargo no
hay nada oculto a ella. Así estos días son para entrar en su presencia y
vivirlos bajo su mirada, la cual suscita en nuestro corazón una alabanza a
Dios.
Porque cuando
uno mira la historia de su vida reconoce que únicamente tiene motivos para
alabar a Dios. Como bien afirmamos durante la misa, “siempre y en todo lugar”.
Así en estos días es bueno recordar todo lo que hemmos recibido de Él con una
actitud agradecida.
Al mirar la
historia de nuestra vida descubrimos que Dios nos ha amado no por lo que somos,
sino a pesar de lo que somos, siendo por tanto un amor fiel, reconocido durante
la oración. Por tanto la confesión de los pecados tiene que ir precedida por la
alabanza y la confesión de la fidelidad de Dios.
El salmo 94
canta “ojalá escuchéis hoy su voz”. Ésta es nuestra tarea, abrirnos a la su
Palabra, preguntándonos: ¿cómo está hoy la tierra de mi corazón? El Señor quiere sembrar su Palabra, ser la
fuente que apaga la sed pero nunca se agota. Cabe que nos preguntemos,
iluminados por Mateo 13, 1-50 (parábola del sembrador) cómo es nuestra tierra.
¿Es camino
donde las aves se comen la Palabra? Ésta queda fuera de mí, porque hay otras
cosas que centran mi atención, no tomándome la vida en serio e impidiendo que
nada entre en mi corazón.
¿Tiene poca
tierra? Llevo una vida discretamente bien, con un poquito de todo: un poquito
de oración, atención a los enfermos, pastoral,… un poquito y por tanto una vida
sin profundidad, haciendo que cuando la llamada es exigente me desinfle y sea
una persona inconstante.
¿Está entre
zarzas? Y por tanto vivo la llamada por el papa Francisco “mundanidad
espiritual”, tratando ser como todos y hacer lo que hacen todos.
Así después
de descubrir la presencia de Dios y analizar nuestra vida, pidiéndole al Señor
la gracia para contemplarla a la luz de su mirada, le pedimos ordene nuestra
vida. Porque en ella hay pequeños desajustes y cuando el hombre está
desordenado en su vida, amando más lo que debiera amar y menos lo que no
debiera entonces se rompe por dentro. Se trata de un último ejercicio en el que
abiertos al amor de Dios tratamos de rehacer el recto orden del amor,
reordenando nuestra vida desde en lo más importante.
Ejercicio.
Experiencia:
En primer lugar respira pausadamente,
acerca a tu mirada una imagen o una estampa de Jesucristo. Penetra en sus ojos.
Dios a través de Jesús te está mirando en lo profundo de tu corazón. Cierra los
ojos y siéntela.
Contempla la imagen: ¿qué te
sugiere? ¿pon nombre a esa abundante semilla? tu persona, tu familia, los
momentos felices, los encuentros fecundos,…
Reflexión:
Toma la biblia en tus manos y lee
la parábola del sembrador.
Piensa en estas palabras y
responde:
¿Es camino
donde las aves se comen la Palabra? Ésta queda fuera de mí, porque hay otras
cosas que centran mi atención, no tomándome la vida en serio e impidiendo que
nada entre en mi corazón.
¿Tiene poca
tierra? Llevo una vida discretamente bien, con un poquito de todo: un poquito
de oración, atención a los enfermos, pastoral,… un poquito y por tanto una vida
sin profundidad, haciendo que cuando la llamada es exigente me desinfle y sea
una persona inconstante.
¿Está entre
zarzas? Y por tanto vivo la llamada por el papa Francisco “mundanidad
espiritual”, tratando ser como todos y hacer lo que hacen todos.
¿Es tierra
buena? También cada uno de nosotros tiene ese poquito de tierra fértil donde la
Palabra de Dios va germinando. De lo contrario no serías sacerdote o educador.
Piensa las veces en las que durante la última semana te has entregado a los
demás y has escuchado a Dios.
Como consiliario: mi relación con el Centro
Junior ¿cómo es?, ¿lo que me dicen o piden los educadores en qué tierra cae?: “no
me interesa, total, ellos a mí no me escuchan”; “tienen buenas ideas, pero al
final el que las tiene que llevar a cabo soy yo y me canso”; “si, sí debería
estar mucho más tiempo con ellos, porque veo que lo agradecen, pero son tantas
las reuniones y las tareas que no puedo dedicarles todo el tiempo que ellos
necesitan”; “a pesar de todos los peros, les doy formación, preparamos con
ellos las celebraciones, les apoyo en sus iniciativas y ellos son parte
importante en la pastoral de la parroquia”.
Como educador: ¿escucho al consiliario o más
bien paso de lo que dice? ¿me preocupo por rezar todos los días y formarme en
todas las dimensiones? ¿Cómo es mi compromiso con el equipo de educadores y de
niños? Sitúo cada respuesta en un tipo de tierra.
Compromiso:
Anoto una
pequeña acción de cara a mejorar mi relación con Dios (oración, asistencia a
misa, sacramento de la reconciliación,…), con el equipo de educadores (participación
en las reuniones,…) y el grupo (asistencia, preparación de las actividades,
conocimiento de los niños,…).
Celebración:
Tomo la
Biblia y rezo pausadamente el salmo 94, repitiendo interiormente el verso más
significativo para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario